¿Cuántas veces nos ha pasado que al entrar en un local para comprar algo nos atendieron de manera displicente?
Cuando se recurre a un negocio a comprar un artículo, lo primero que se desea es ser atendido con amabilidad y predisposición. Uno espera que el vendedor lo reciba con una sonrisa. Este simple gesto produce, en la lectura del cliente, una actitud gentil de su interlocutor, que abre las puertas para preguntar libremente sobre el producto que estamos buscando, en especial si nuestras preguntas requieren de una explicación extensa.
Puede no ser una sonrisa marcada, el cuerpo también habla, su inclinación, la mirada, los movimientos de brazos y manos.
Todas las cosas comunican subliminalmente algo. No es casual el diseño de la Plaza de la Basílica de San Pedro, con su columnata circular, símbolo que representa los brazos abiertos en señal de bienvenida a todos los que la visitan.
Estos son axiomas que están basados fundamentalmente en la educación, que es meramente esencial en toda relación humana.
Estas sensaciones pueden variar radicalmente si el vendedor adopta una actitud contraria. Desinterés, desgano, falta de educación, son algunos de los motivos que nos hace tomar la decisión de retirarnos para no regresar.
Lo cierto es que el vendedor tiene que saber leer las situaciones y estar interesado en concretar la operación. Si no posee estas condiciones, el dueño habrá perdido un cliente. Cuantas veces me he preguntado ¿cómo hizo para conseguir el trabajo?
Quien está al frente de la elección del personal, ya sea una persona de la empresa o su propio dueño, tiene que estar capacitado para esta toma de decisiones. Si no es así, debería delegar dicha función, pues va en contra de sus intereses.
¿Qué hice yo para merecer esto?
Como cliente, en más de una ocasión, nos encontramos en situaciones que pueden resultar un tanto embarazosas.
Alguna vez me ha pasado salir del guardarropa con el pantalón que no sirve y el vendedor no está. Ni que decir si tenés un bolso o una cartera, o estás al cuidado de un niño. Salís a buscar al vendedor entre todos los clientes con el bolso en una mano, el pantalón en la otra, preocupado porque tu hijo no se separe de vos, con el temor de que alguien se meta en tu guardarropas donde tenés colgado el saco o la campera con los documentos personales y tu celular, que por supuesto te quitaste para poder probarte el pantalón. Y para colmo de males, descalzo.
En otras, no responden a tus requerimientos y suponen que tienen la solución más adecuada a tus necesidades, como si tuvieran un extraño poder para descubrir las necesidades del cliente.
Luego de una larga deliberación con tu mujer, de haber sondeado los deseos de tu hija durante varios días sin que sospeche nuestras intensiones, salís decidido a comprar “ese” juguete, que será pagado cuando veamos su cara de felicidad. Me dirijo a la juguetería donde días atrás lo había visto y al entrar, pregunto por esa famosa cocinita: “¡Ahhh, si! –me dice la vendedora-, mire, tengo esta otra que entró recientemente…”(bastante más cara, por cierto, lo que seguramente les traía mayores beneficios). Ante el temor de que el proyecto de varios días se derrumbe en un segundo, vuelvo a preguntar, a lo que responde: “Ah, pero esta es mejor, a su hija le va a gustar más”. Pido pan, no me dan, pido un queso y me dan hueso. ¿Sabría ella como había sido el proceso de elección?
Como arquitecto he tenido oportunidad de trabajar con varios proveedores de distintos rubros. Hoy quiero dedicar este espacio a tres firmas con las que he tenido trato en diferentes etapas de mi vida y que, a mi entender, merecen una mención.
Me refiero en primer término, a La Casa Hnos , Av. Nazca 2432, Capital Federal, una empresa dedicada a herrajes para obras, muebles y afines. No solo ofrecen productos de primera línea, también brindan una especial atención al cliente, con la clara intensión de solucionar cualquier problema, dedicando el tiempo que sea necesario.
En una oportunidad, cuando era un arquitecto novel, tuvieron la amabilidad de regalarme un catálogo de sus productos, de altísima calidad, con tapa dura y hojas ilustración. Nunca olvidé ese gesto, a pesar de los años que han pasado, y hoy se lo vuelvo a agradecer.
En segundo término quiero mencionar a Hierros Ratti, Honduras 5051, Capital Federal, empresa que tiene una antigüedad de más de 100 años en el país, que comercializan chapas, metales desplegados, artículos de herrería artística, herramientas eléctricas, perfiles, tubos y caños, cuentan con pantógrafos para corte, plegadora de chapas, etc. Cada vez que tuve la necesidad de adquirir algún producto relacionado con la herrería, siempre recurrí a ellos, por la misma razón que vengo exponiendo. Su personal está siempre dispuesto a resolver cualquier duda que el cliente lleva; no te despachan, te atienden. Son amables y desean que uno se vaya satisfecho. Y lo logran.
Por último, quiero dedicar un párrafo especial a la Pinturería Picasso Decoraciones SRL, ubicada en Av. Alvarez Jonte 2519, Capital Federal, que motivó la redacción de este artículo. Durante años he tenido una relación comercial con ellos. Alfredo, que atiende en dicho local, es lo que yo llamaría un vendedor modelo, siempre cordial y eficiente, sin molestarse por el tiempo que emplea para contestar todas las consultas que necesito realizar por mi especialidad. Esto se hace extensivo a quien lo acompaña en la misma función, Fabián. He aquí una empresa que tiene bien definida la ecuación costo - beneficio.
En cierta ocasión mi hermana buscaba infructuosamente una pintura roja en una gama determinada, para pintar una maceta. Le aconsejé que recurra a dicha pinturería. No solo la atendieron a las mil maravillas, Alfredo tuvo hasta la deferencia de abrir un envase, impregnarse la yema del dedo con el contenido y volcar en un papel la muestra para poder ver el resultado. ¡Señores!, me saco el sombrero ante este tipo de vendedor.
Como muestra sobra un botón.
Estimado Alfredo, las cosas que uno da, vuelven, y este es un humilde agradecimiento, en tu nombre, a todos aquellos vendedores que nos facilitan la vida, que nos hacen sentir bien recibidos.
Y serán los habitantes del barrio quienes sean mis mejores aliados a la hora de certificar mis dichos.
A todos ellos, como dice Sebastián Vignolo al final de sus relatos deportivos, gracias por tanto, perdón por tan poco.
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